Después de mañana y antes de ayer: fragmentación y  totalización de la nostalgia

Una de las prácticas más comunes entre las sociedades afincadas en parajes no urbanos es el acto de encontrar. Encontrar múltiples cosas, objetos, artilugios de todo tipo. Es habitual que en las faenas pertinentes a los oficios de trabajar la tierra o a la hora de salir a  buscar y recoger lo que la temporada haya regalado para comer, aparezcan entre raíces, piedras y barro, un sinnúmero de objetos inesperados. Muy frecuentemente, por no decir, casi siempre, objetos de otros tiempos, en su mayoría fragmentos, o partes de objetos de mayor tamaño, que nunca aparecerán por completo. En ocasiones sucede que estos objetos no son legibles o entendibles por la sencilla razón de que no se sabe qué se ha encontrado. En un lugar donde todo tiene nombre, este tipo de objetos se comienzan a denominar por el material del que están compuestos. Hueso, barro, piedra, cerámica, metal, y un largo etc...

En un caso en particular, se encontró una piedra del tamaño de una pelota de rugby, de color caliza, cuya única característica diferencial eran tres orificios de similar tamaño ubicados en uno de los laterales de la piedra. Por aquellos entonces, de esto hace ya catorce o quince años, el libro de antropología más cercano se encontraba a trece kilómetros en carretera y popularmente internet no existía en la mente de las personas.

Para este tipo de ocasiones, la falta de expertos es algo importante, ya que ofrece la posibilidad de que tanto la persona que encuentra el objeto no identificado, como a los inexpertos en el tema a los que se recurre en busca de opinión, en este caso, vecinos, demás jornaleros o jubilados, todos apelan a la inventiva y a la especulación para dar una explicación satisfactoria del objeto extraño. Después de calibrar y discutir por largo y tendido, la conclusión más satisfactoria resultó el designar la piedra caliza como cráneo de un animal joven, y al decir animal, podemos utilizar también la palabra dinosaurio, ya que resultó ser la más celebrada, cuyas perforaciones habían sido causadas por la mandíbula de un depredador de mayor tamaño. Se concluyó, además, que debido al tiempo transcurrido, la piedra se encontraba en terrible estado de erosión, y que lo más pertinente era tomar la última conclusión como la definitiva.

Para evitar que tanto éste como muchos de los restos y fragmentos que componen en definitiva nuestra historia lleguen a manos del estado, con los procesos burocráticos pertenecientes del peso, la medida y la fecha, la bata blanca, el laboratorio y la vitrina,  éstos acaban atesorados, tras un pacto de silencio entre el objeto y el hallador, en sótanos oscuros y frescos de algunas de las casas, conviviendo junto a un conglomerado de partes y añicos, en un intento forzoso de querer conformar un todo coherente de la fracción, una historia común de lo encontrado.

El lugar donde ocurrió el hallazgo de la piedra caliza horadada, a unos 10000 kilómetros de distancia desde esta ubicación, es un altiplano semidesértico, con cinco alcornoques centenarios, dos álamos, y los restos de lo que en un momento fueron un grupo de viviendas de piedra que a mediados del siglo pasado acogían a familias jóvenes y numerosas. De esta convivencia, únicamente la mitad de las paredes de algunas de las casa han resistido el poco tiempo que llevaban construidas. No hay ninguna diferencia evidente a simple vista entre los remanentes de estas viviendas, y los restos de los poblados íberos de Antes de Cristo. Recomponer las piezas de un objeto del cual se conserva la mayoría de sus partes es, aunque  siempre un reto, eventualmente factible. A diferencia de un objeto, una ruina será siempre irrecuperable.

Una ruina es de todas las formas, irrecomponible. La ruina es expansiva, y al igual que una explosión cósmica, se esparce por multitudes de espacios y tiempos en fragmentos y fragmentos y fragmentos cada vez más pequeños, hasta llegar a nuestras manos en forma de alguna pequeña pieza de barro, piedra grabada o material gastado. Una ruina es un Big Bang de la catástrofe que rodará infinitamente entre capas de lluvia y barro, construcciones de casas y cultivos y desplazamientos naturales.

De entre todos los fragmentos que permanecen sometidos en territorio subterráneo, hay algunos que piden a gritos ser encontrados. De las casi 2200 fosas que llenan cerca de la totalidad del suelo de la Península Ibérica, sólo se han logrado exhumar poco más de 300, algunas incluso, únicamente financiadas por dinero de los familiares de los desaparecidos, o donaciones de sindicatos noruegos.

Aquí y allí, los unos son los otros y los otros no son nadie.

Una fosa común termina siendo, por lo tanto, un agujero negro en el que el espacio-tiempo colapsa. Abrir una fosa común supone agrietar una zanja en la que por un instante, el tiempo pasado y el presente se superponen entre sí, semejante a leer un un texto de principio a fin y viceversa de forma simultánea hasta que las palabras se encuentren en un punto intermedio.

Como dice Hito Steyerl, y cito:                                                     

¨Las cosas condensan poder y violencia. Las cosas acumulan fuerzas productivas y deseos tanto como destrucción y deterioro...Bajo esta perspectiva, una cosa no es meramente un objeto, sino un fósil en el que una constelación de fuerzas se ha petrificado.

Los huesos, los cráneos y otros objetos que constituyen pruebas, condensa - al igual que las mónadas, no sólo su propia historia, sino, de una manera opaca e inconclusa-también todo lo demás. Son como discos duros que fosilizan tanto su propia historia como la historia de sus relaciones con el mundo. …De este modo, podemos entender un hueso como una mónada, o por decirlo de manera más sencilla, como una imagen.”

El cúmulo de estos fragmentos en este subsuelo, nos puede remitir a los restos de piezas rotas guardadas en los sótanos de las casas de los que hablábamos anteriormente. Su desintegración, amontonamiento y cercanía componen un todo en su conjunto, conforman una totalidad en sí misma. Todas son las letras de una historia aún no escrita titulada la herida abierta.

Los restos de Rafael Martínez Moro se encontraron en agosto del 2010 junto a los restos de otras 104 personas, todas en su mayoría, hombres jóvenes. De entre los 104 cuerpos hallados, aparecieron un corazón y 45 cerebros fosilizados. De entre estos últimos, dos de ellos conservaban la munición con la que fueron asesinados.  Las causas de la conservación de estos fósiles se explican por la zona en la que los miembros de la división azul abrieron la zanja. La fosa, ubicada apenas a unos 10 kilómetros de los yacimientos prehistóricos de Atapuerca, se encuentra en un terreno arcilloso, impermeable y ácido. La mayoría de los cuerpos habían sido disparados en la nuca, hecho que permitió que el agua entrara en los cráneos y se saponificaran los cerebros.

La memoria colectiva es otra forma de fosa común, en la que recuerdos y olvidos se disputan y sobreponen unos sobre otros para así encontrar la formalidad del relato común. En esta montaña de memorias imbricadas y confusas, sólo se reconocerán y visibilizarán aquellas que queden flotando boca abajo en la parte más superficial. ¿Cómo podemos entonces construir  futuro si ni tan siquiera dignificamos los restos, materialmente incluso hablando, de nuestro pasado? ¿Cómo podemos entonces, construir un devenir literalmente encima de fragmentos sin identificar ni nombrar?

El siglo XXI es la tierra prometida de los lotófagos, aquellos habitantes de tierras extrañas que se alimentaban de la flor del loto y hacían olvidar cuánto recordaban a los hombres que acompañaban a Ulises.

El mar, el gran enemigo de Ulises, es desde antes de sí mismo también el origen de la tragedia. Una ruina completa, totalizadora e inabarcable. El mar ha sido el lugar a través del cual la barbarie ha llegado a todos los confines del mundo, construyéndose como el lugar desde donde se ha forjado abruptamente la idea moderna del Progreso y la idea del Otro. También es el lugar desde donde se proyecta de orilla a orilla que la Tierra Prometida se encuentra al otro lado. Otra forma no denominada de cementerio, que al carecer de un fondo accesible, transforma lo caído en mutación. Lo perdido en el mar se hace coral, pez y musgo.

Si pensamos en la idea de la historia como forma, la idea del mar es la que más se ajustaría a sus configuraciones. A diferencia de las localizaciones puntuales, determinadas,  y específicas aunque confusas de las fosas comunes ubicadas en tierra firme, la ¨forma¨ de la historia se modela de manera más aproximada a la visión de una fosa inabarcable, oscura, total y común como es el mar.  
Cito:

¨Como las flores siempre vuelve su corola hacia el sol, así también todo lo que ha sido, en virtud de un heliotropismo de estirpe secreta, tiende a dirigirse hacia ese sol que está por salir en el cielo de la historia.

¿Acaso no nos roza, a nosotros también una ráfaga de aire que envolvía a los de antes? ¿Acaso en las voces a las que prestamos oído no resuena el eco de otras voces que dejaron de sonar?¨  

Por último, si pensamos al igual que Walter Benjamin, que la historia es una sucesión catastrófica en loop, que se repite constantemente, también podemos pensar y entender el archivo desde esta lectura. Es decir, si afirmamos que el porvenir es una repetición de eventualidades pasadas, lo que entendemos por archivo, (entendiendo por archivo refiero a imagen, fragmento, parte, residuo, etc..) el archivo pasaría a cumplir la función de la doble vida. Una, la clásica y conocida, la del registro, y otra, la del objeto visionario o de anticipación. De esta forma, hueso, vasija, imagen o fósil no sólo son materia procedente del pasado, si no que ya forman parte de un futuro que está por llegar.